La teoría de la recepción en Historiografía



La historicidad de la obra muestra matices diversos en cada una de las reinterpretaciones, por lo tanto, el objetivo primordial será conocer las intencionalidades, la importancia del contexto histórico dentro del espacio académico y social, se tomará en cuenta a los comentaristas como la audiencia se indagará a  partir de la recepción de la obra bajo los criterios y parámetros de la polémica, para conocer los valores, percepciones, los intereses, la interpretación de estructura y en referencia, así como los prejuicios. A partir de la historiografía que atrae la reconstrucción como principio –pero es más objetiva, ya que se habla de la realidad histórica, no de ficción, como lo que elabora la crítica literaria–, los espacios de recepción son los lugares físicos donde se fundan las comunidades de interpretación. En otras palabras, los lectores participan dentro del proceso creativo que unge la explicación, los comentarios, las aportaciones, o simplemente la cita por autoría. En particular, el lector es capaz de captar los procesos de significación y por ello, las comunidades de interpretación dan el sustento en diversos espacios para dictaminar una obra, ingresarla a la crítica y por ende a la ridiculización, al éxito o al fracaso. Un claro ejemplo de esta participación coercitiva donde se expresan las diversas manifestaciones del lector como agente social son las revistas especializadas, que es un espacio en el cual se pueden observar en un lapso determinado las series discursivas de un grupo de intelectuales.

Si bien desde la década de 1970 con la ‘Escuela de Constanza’ de la cual Hans-Robert Jauss e Wolfgang Iser fueron los máximos representantes, la historiografía literaria y la historia de la literatura incorporaron el concepto de recepción más allá del significado tradicional que era: el que recibe el mensaje.[1] Esta corriente teórica, mejor denominada estética de la recepción, se interesó en estudiar el vínculo entre el autor-obra y público. Jauss particularmente consideró el ‘horizonte de expectativas’ del lector y el período histórico, bajo el argumento que la lectura no es un proceso literal, lineal o neutral, sino que el lector llega con sus prejuicios y convenciones al texto actualizándolo permanentemente.[2]

Por su parte la historia basada en la teoría de la recepción, presenta su propia metodología, analiza los procesos de significación del otro –visto desde el texto– en el proceso de construcción del conocimiento y los resultados que arrojó a la historia, no sólo en los estudios de caso, sino también permite conocer el pensamiento, la intelectualidad y las formas sociales que distinguen el planteamiento interpretativo desde la otredad; la habilidad de ello, nos ayuda a reconstruir las expectativas, las experiencias de vida y la realidad socio-cultural. Tomando en cuenta este concepto de otredad se puede reconocer el lugar social del texto; es decir, la percepción del lector, el analista, el investigador, el lector; en general, el público. De esta forma la recepción mantiene su propia historicidad y permite el análisis de las expectativas que se tenían con respecto a la comunidad donde recaen los textos.[3] Obviamente cada comunidad de intelectuales se define por tener relaciones culturales específicas, intereses políticos y económicos particulares; por ello las explicaciones, justificaciones, rechazos o censuras, son algunos de los rasgos que crean polémica desde la recepción.[4]

Si bien el público es quien admite o desmitifica una obra en particular, por lo tanto, tendrá  sus propios canales de comunicación; esto es el espacio intelectual, el cual puede ser definido como el lugar o zona de debate donde las personas privadas hacen un uso público de su razón, a su vez el espacio intelectual es llamado comunidades de interpretación. Dos ejemplos claros podemos mostrar en quienes recae la crítica –que son los lectores especializados–, por una parte, y en el uso de las citas textuales –que fueron la base para nuevos planteamientos e interpretaciones–, por otra. Cada comunidad de interpretación tendrá sus propios horizontes de expectativas, porque a lo largo de la historia hay un conjunto de intelectuales que se identifican con la misma producción –aunque cabe señalar que no siempre es a quien va dirigida la obra–, en términos generales, se proponen ambicionar con la incertidumbre y credibilidad gradual de las propuestas expresadas por los autores criticados para matizar las propias.[5]



La teoría del discurso historiográfico

La teoría historiográfica es una rama del conocimiento que aborda los problemas metodológicos y conceptuales de la lectura y la escritura de la historia, nos invita a reconsiderar al sujeto histórico dentro de los campos de la reflexión que manejan las ciencias humanas y sociales. El aparato conceptual propuesto por la teoría historiográfica del siglo XX ha dado inquietud a la revalorar los planteamientos metodológicos frente a los retos del nuevo milenio. Si bien, lo concibo como un arrebato contra el determinismo histórico, se debe puntualizar que no todo en la Historia es un acontecimiento, ni todo es o funciona de manera relevante. En Historia se maneja un lenguaje distinto, la coherencia, la magnitud de lo expuesto, narrado o investigado es la muestra activa del sujeto social: el historiador.

La determinante histórica sobre el tiempo lineal, el espacio geográficamente inminente y el logro de la objetividad, creo que son falsos paradigmas. Así como, el conocer a un autor cabalmente. Si embargo, existen hipótesis más apremiantes como cabal mecanismo explicativo de las formas observables del pasado histórico; esto es la interpretación. En este sentido se localiza la discusión entre la teoría de la coherencia y la teoría de la correspondencia. El fundamento objetivo que se presenta en el discurso historiográfico, a reserva de su parte teórica, ciencia social o ciencia humana, reconocemos su labor científica y la afirmación de sus datos como una labor verídica. No hay que negar a la Historia, porque presupone su parte nihilista; hay que pensar la realidad humana y generar mecanismos de interpretación desde nuestra realidad actual. La veracidad del conocimiento histórico es siempre relativa al testimonio, a los hechos y a la interpretación del autor; ligado a su vez, con los prejuicios y las opiniones personales que invierte el escritor en sus textos. Por ello, se debe de tomar en cuenta que cualquier fundamento basado en un hecho histórico recae en una subjetividad relativa.[1]

Considero que debe de verse de manera independiente a la objetividad en la historia, si bien existen criterios cuantificables que nos marcan tendencias y nos aproximan a una veracidad, apreciamos que no existen verdades absolutas a pesar de que los hechos se cotejen con el discurso y con los datos. La objetividad en la historia se aproxima a la discusión científica de la teoría del conocimiento que advierte a diferenciar entre objetivo y subjetivo, entre verdad absoluta y relativa, entre parcialidad, elocuencia y hecho. Un falso criterio es mostrar a la objetividad como verdad absoluta. En este sentido, considero que la veracidad real no sólo reside en los acontecimientos sino el discurso de las interpretaciones por parte de los historiadores. Ante estas características del fenómeno en cuestión, suscita desconcierto y angustia meditar que la historia oscila entre verdad y ficción -a pesar de que cada uno contenga grados de elocuencia- dependerá del historiador establecer los hechos-acontecimientos, narrarlos, interpretarlos; y en cierta medida, juzgarlos.

¿Cómo conocer sus prejuicios y contextos? Valdría la pena recalcar que la historia escrita, como creación literaria, narrativa y emblemática, representa un quehacer constante y cotidiano de reflexión, mantiene su historicidad y proyecta características sociales que no garantizan una veracidad, a pesar de cotejar el hecho con las representaciones históricas. Por ello, nos parece apropiado observar el contexto total, las verdades parciales solo se observan en su contexto. Hay que recalcar un rompimiento con las metahistorias, metarrelatos o historias totales, que es una argumentación establecida desde el siglo XIX, la cual establecía una historia emblemática, episódica, lineal, por la causa-efecto y determinista; porque las verdades absolutas o puras, como lo puntualiza Hegel o Kant, no dictaminan la cientificidad de una proposición verdadera u objetiva. Así como una negación hacia el argumento retórico del positivismo como Ranke que proponía el cotejo del testimonio como arma absoluta: “narrar los hechos tal y como sucedieron.” Otro determinismo histórico lo localizamos al problematizar la especialidad porque es un concepto ligado a la noción del tiempo, donde la visión de estructura pertenece al aspecto geográfico. Si bien, el aspecto físico no determina todos los procesos históricos, Fernand Braudel incorporó el argumento que para reconstruir el pasado es necesario acercarse a la geografía no sólo como una ciencia auxiliar, sino como un nexo que une a la historia con el espacio; de ahí que destaque al mar Mediterráneo como el principal personaje histórico dentro de su obra.[2] Para él, el espacio cambia por la movilidad social, las construcciones culturales y reconstrucciones que el hombre ejerce para adaptarse a su ámbito geográfico dentro de la civilización humana. Para Braudel cada proceso histórico está inmerso dentro de varias vertientes estructurales de temporalidad y espacilialidad recurriendo a los grados sincrónicos o diacrónicos, de mediana, corta o larga duración; donde el espacio delimita el ambiente y el contexto donde se desenvuelven la o las historias.[3]

Superando la discusión espacio-temporal determinista y abriendo paso a la abstracción, análisis de los discursos y procesos de significación de los textos históricos, la presentación de la narratividad histórica y los análisis conceptuales de la historiografía contemporánea, parten del rompimiento tácito con la inclinación totalizadora del ser finito en un lapso temporal y espacial, el nuevo enfoque propone la reflexión y aplicación de la historia conceptual. Los horizontes de experiencia y de expectativa, expuestos por Koselleck y reafirmados por Ricoeur, se aplican tanto para las historias narradas como para las historias vividas. Proponen observar la historicidad presentada, representada y refigurada de los discursos historiográficos. En este sentido Koselleck mencionaba que: “Así pues, permanencia, cambio y novedad se captan diacrónicamente, a lo largo de los significados y del uso del lenguaje de una y la misma palabra. La cuestión decisiva temporal de una posible historia conceptual según la permanencia, el cambio y la novedad, conduce a una articulación profunda de nuevos significados que se mantienen, se solapan o se pierden y que sólo pueden ser relevantes sociohistóricamente si previamente se ha realzado de forma aislada la historia del concepto. De este modo, la historia conceptual, en tanto que disciplina autónoma, suministra indicadores para la historia social al seguir su propio método.”[4]

Por su parte, con la historiografía posmodernista se tiene en cuenta una concepción del tiempo diversa y materializada a los aspectos relativos, donde se discute sobre el tiempo pluridimensional, ambiguo, reversible, polivalente, atemporal, el no-tiempo. De esta forma, se discute sobre el tiempo histórico narrado. Sin embargo, todas estas diferencias sobre la temporalidad acompañan a la idea clave para entender la discusión que es la proyección de delimitar nuevos horizontes, enfoques o vías donde confluyen la temporalidad y especialidad de los discursos narrativos, abandonando la idea decimonónica y moderna del tiempo lineal.

I. Herramientas teóricas.

La hermenéutica histórica es la interpretación comprensiva, transpuesta y adaptada a las condiciones de significado de los hechos históricos, opera a través de la comprensión de signos, para obtener de ellos, sucesivos significados, aproximaciones y apreciaciones. La hermenéutica histórica nos invita a decodificar y hacer interpretativa la acción discursiva, nos permite ver la relación, los enlaces y vínculos entre los sujetos históricos, se analiza el discurso e instiga a la reconfiguración.

El método que se propone adaptar en la hermenéutica histórica se resume en cinco pasos. En primer lugar analizar el tiempo: abstraer el presente, mirar en retrospectiva, para construir el pasado; en segunda, definir las autodesignaciones de los sujetos históricos; tercera, la inclusión de la acción concreta, la mentalidad predominante en el público al que se dirige; cuarta, la historicidad del emisor; y quinta, la relevancia a futuro que tuvo el documento en acción: el horizonte de expectativas. Aunque existen varias formas en las que podemos ver a los discursos históricos, podríamos conceptuar diversos horizontes, fases y vías del conocimiento histórico. Sin embargo, múltiples cuestionamientos nos invitan a considerar ya no sólo al sujeto, sino a la forma, a la ideología, a los principios dominantes. El trabajo del historiador como interprete es la de delimitar la orientación y delimitación de ciertos universos del discurso, decodificar los mensajes y mostrar sus triples planos de expresión.

La teoría de la interpretación de Paul Ricoeur observa la posibilidad de nuevos significados de los discursos dentro de las narraciones. El análisis de los significados representa la función de la enunciación; esto es, ¿por qué se dice? Confiriendo al historiador una capacidad deductiva y amplitud de pensamiento para discernir un conjunto de paradigmas como una estructura de posibilidades. De ahí la necesidad de establecer una estructura donde permita jerarquizar niveles de procedimiento; esto es, por los horizontes –temporalidad, especialidad, discursivos, de enunciación…- que condensan parámetros de significado dentro de ellos; así como, permite discernir su contexto -fuera del texto- y discursos entre líneas –dentro del texto-. Paul Ricoeur concibió la fenomenología hermenéutica para valorar la riqueza del lenguaje, de los símbolos, en sus aspectos formales y dinámicos. Demostraba que la hermenéutica es un método de comprensión capaz de poner en cuestión la dicotomía entre comprensión y explicación, que es dialéctica porque la bifurcación entre estos dos agentes aparece momentos relativos de un proceso de interpretación. Ricoeur explicó la fenomenología de la temporalidad en tres parámetros: prefiguración, configuración y refiguración; que en síntesis, son transfiguraciones del tiempo en la realidad narrada. La temporalidad como una correspondencia anticipada para describir: tiempo vivido, universal, de cronología, del calendario y mítico. Así distinguió: “Sólo la dialéctica del sentido y la referencia dice algo sobre la relación entre el lenguaje y la condición ontológica del ser en el mundo.”[5]

La hermenéutica histórica es el proceso de redescubrir el mundo mismo a través de la crítica de las ideologías, el lenguaje o la argumentación. Hans Georg Gadamer consideraba a la hermenéutica como un examen de condiciones en que tiene lugar la comprensión, la cual se manifiesta como un acontecer (de la tradición o transmisión), como una relación y no como un determinado objeto (texto). Esta relación se manifiesta en la forma de transmisión de la tradición mediante el lenguaje, pero no como un objeto que hay que comprender e interpretar sino que debe ser entendido como un acontecimiento, cuyo sentido se trata de penetrar frente a la posibilidad de ampliar el horizonte histórico. En sus términos, planteaba: “observar al pasado en su propio ser, no desde nuestros patrones y prejuicios contemporáneos sino desde su propio horizonte histórico.”[6] Por lo tanto, el horizonte histórico se comprende desde el presente con proyección al pasado, esta proyección la denomina “tarea de la conciencia histórico-efectual.”[7] Esta mediación entre el presente y el pasado es por la capacidad interpretativa de la hermenéutica, la cual va más allá de un método que aplica el lector, sino es una forma de concebir un estado de comprensión y un significado verdadero al texto, en tanto conjunto de argumentos y discursos. De tal manera, Gadamer genera la teoría del círculo hermenéutico que aplicada apoya la comprensión del lector como agente que vincula los prejuicios, prefiguracines y horizontes de expectativas del texto leído, esta relación entre el lector y el texto es un dialogo que posibilita un proceso amplio de comprensión e interpretación.

Paul Ricoeur incorpora el modelo de interpretación estructuralista con el modelo nomológico-deductivo de la lingüística para el análisis del discurso narrativo, reconoce que existe un elemento de carácter ficticio en la historia, -la imaginación histórica-, pero a diferencia del relato de ficción, el histórico posee historicidad y veracidad. Aseguraba: “sólo el conocimiento histórico puede concebir su pretensión referencias como un intento de alcanzar la «verdad»…la noción de «verdad», podremos defender que tanto la historia como la ficción son igualmente «verdaderas», aunque lo sean de modos diferentes, como ocurre con sus pretensiones referenciales.”[8] Para Ricoeur el texto histórico es un discurso narrativo. El diálogo que se establece con el texto es entre el lector y el escritor, el mundo presentado en el texto: un mundo imaginario. A esta cantidad de valoraciones del texto, como plurivocidad interpretativa puede ser conferida a las oraciones con ambigüedad, anacrónicas o a los falsos prejuicios, que nos ayudan a identificar –como lectores- los significados de los acontecimientos, así como, su relación dentro de la narración. El discurso narrativo es: “la búsqueda posibilita la trama, es decir, la disposición de los acontecimientos que pueden ser «considerados conjuntamente». La búsqueda es el motor de la historia, en la medida en que separa y reúne la carencia y su eliminación. Consiste realmente en el núcleo del proceso. Sin ella no sucedería nada.”[9]

Las interpretaciones muestran una representación y significado de la historia para el presente. En este sentido, Ricoeur propone analizar a partir del modelo deductivo las narraciones históricas e ir más allá que la literatura y la crítica literaria (la cual sólo se ocupa de la forma estética) para comprender y explicar los modos en que se presenta la historia, la narratividad y la intencionalidad del discurso referente. Paul Ricoeur concibió la fenomenología hermenéutica conduciéndonos a la valoración de la riqueza del lenguaje, de los símbolos, en sus aspectos formales y dinámicos, demostraba que la hermenéutica más que ser un método de comprensión capaz de poner en cuestión la dicotomía y dialéctica entre comprensión y explicación; porque entre estos dos, aparecen momentos relativos de un proceso que puede llamarse interpretación, que es el proceso de redescubrir el mundo mismo a través de la crítica de las ideologías, el lenguaje o la argumentación. Ricouer confiere a la interpretación un grado de objetivación, sustenta que: “respecto a la lógica de la interpretación: «La función de la hermenéutica consiste en establecer teóricamente, frente a la intrusión constante de la arbitrariedad romántica y del subjetivismo escéptico en el ámbito de la historia, la validez universal de la interpretación como base de toda certeza histórica»…” La labor interpretativa es definir los significados, valores y fines que dan impulso a la creación discursiva.

La interpretación es finalmente el resultado de la reconsideración del discurso del texto, es enlazar un discurso nuevo con el texto: “…la interpretación «aproxima», «iguala», hace que lo extraño resulte «contemporáneo y semejante», es decir, convierte en algo propio lo que, en un principio, era extraño.”[10] A este nuevo efecto, el texto se actualiza con la interpretación, es por ello, que adquiere sentido, significado y una dimensión semántica. Sin embargo se diferencia entre una interpretación ingenua de una crítica, entre una superficial de una profunda para la labor hermenéutica y de igual forma, de la historiografía, el recuperar el sentido en la lectura, es la labor del hermeneuta: “es un redecir que reactiva el decir del texto…”[11]

La configuración del tiempo en el relato histórico es un proceso cíclico de la hermenéutica, que puede ser aplicada a la narración histórica en tres tiempos: mimesis I, mimesis II y mimesis III. Mimesis significa la representación y redescripción, atendida como recreación metafórica de la realidad plasmada en los relatos históricos. La filosofía de Paul Ricoeur da sentido a la interpretación, la cual parte de la búsqueda de los textos. Al comprender un nuevo lenguaje con los libros, no sólo por el placer de la lectura sino que nos remonta a una tradición, reitera la creación de imágenes, de acontecimientos, involucra mezclarse con la trama y realizar una posición cognitiva que permite la comprensión, apropiación e interpretación personal del texto. En el proceso hermenéutico intervienen dos agentes esenciales: el texto y el intérprete. Es una fusión de horizontes, en el sentido de Gadamer. 

Paul Ricoeur lo distingue como una isotopía del discurso: “Lo que exige ser interpretado en un texto es su sentido, y el acto de su apropiación es más una fusión del mundo del lector y del mundo del texto que una proyección del interprete sobre el texto.[12] Paul Ricoeur sugiere: ¿qué es interpretar un texto? Y se responde que es el uso de la intencionalidad en un discurso histórico, es a su  vez, es un discurso indirecto, pero en otro contexto premeditado; la intencionalidad analiza los signos y los lenguajes; así como, categorías, géneros y términos que ayudan a comprender esta realización discursiva. Porque  antepone reflexiones hipotéticas que interrogan la anatomía y taxonomía del texto (en los sentidos semánticos y de sintaxis); en la presuposición de los elementos que condicionan a la acción, Por ello, el sentido da reflejo a la acción y parte de una posición cultural específica que adquiere presuposiciones para la comprensión de los términos utilizados en la obra narrativa, y a su vez, parte del análisis de la intencionalidad, por una infinidad de motivos que diferencian la interpretación para entender el sentido de las narraciones.

En síntesis, se considera que la filosofía del pensador francés, se aproxima a decir que la lectura es un acto de creador de sentido, reflexivo y en ciertas formas metafórico, y el hecho, la recepción como elemento esencial de la configuración del relato narrativo, interviene en el proceso de significación de la obra producto de la interrelación del lector, el texto y el autor. Finalmente, Ricoeur comprende una dinámica ideal para caracterizar relaciones subjetivas localizadas en los propios planteamientos del quehacer historiográfico. Los procesos de significado que proyecta la historiografía es la formulación de categorías teórico-conceptuales para el análisis y sentido de escritura de la historia, refiere a una intencionalidad, contexto y lenguaje. 

Analizar a la narración como a una obra de arte. Porque la escritura de la historia es arte y ciencia al mismo tiempo. Si bien, partimos de la idea que cada obra e historiador es hijo de su tiempo; entonces, la historia escrita es un sistema de ideas y creencias que vive y reproduce en sus textos. Porque el movimiento discursivo del mismo va de la mano con el registro de los testimonios. La discusión incide que si se puede o no se puede separar el texto del autor, independientemente de los criterios que maneje; la labor del lector o intérprete será indagar en el manejo hermenéutico de la obra y observar su contexto. La tarea de la historiografía consiste en observar la narración de los acontecimientos históricos para discernir hechos que a menudo no son narrados por las fuentes. 

Una característica sustancial es desmitificar a los personajes y hechos históricos, porque si bien, un sentido problemático del texto histórico es que oscila entre verdad y ficción; así como, entre ciencia y arte. Parecería como una discusión superada desde el siglo XIX; sin embargo se caracteriza según Lledó en: “La obra escrita que habla a un futuro lector existe como tal obra porque espera o busca respuesta. Si nadie escribe por escribir, todo escrito lo es para un lector. Por consiguiente, cualquier obra reclama en su misma estructura temporal al futuro lector o al intérprete para quien, en el fondo, se escribe.”[13]

Así partir de las indagaciones de ¿porqué el titulo, cuándo se escribió, en qué tiempo, quién y qué escribió, en qué estaba pensando, cuáles fueron sus motivos? son preguntas esenciales que hace todo lector al introducirse en el texto, esta actividad hermenéutica capaz de leer y rescribir sobre una o varias interpretaciones de la obra y del autor, del tiempo pasado, reclama dos partes de intencionalidad, ante esta posibilidad se puede proyectar una intersubjetividad entre la comunicación textual entre el autor y el lector. La historia siempre es escrita y reinterpretada para conocer lo que quiso decir el autor a través de su palabra escrita, este hecho refleja una variedad de posibilidades para la interpretación; aunque subjetiva es posible actualizarla, de manera que el texto posibilita nuevas experiencias intertextuales en la relación entre en autor, el lector y el texto. 

En esta relación cabría preguntarse ¿Para qué y para quién se escribe una historia? Así traspasar la discusión de la narratividad a partir de hechos constituidos como causa-efecto. Lograr la interpretación semántica del texto a partir de escuchar la voz del otro y reflejar su significado, coherencia y sentido al discurso histórico; como experiencia hermeneuta. Leer es trabajar como arqueólogos de las palabras y los significados, penetrando los tiempos pasados y creados por una herencia cultural específica. En este sentido, el lector necesita un horizonte referencial para asimilar el texto como un espejo de sentido. 

La idea metafórica del espejo es por el reflejo dialéctico que condiciona el pensamiento y la expresión escrita, presentado a su vez como texto y contexto.  El resultado es una posición intersubjetiva debido a la misma interpretación prefigurada por los prejuicios presentes, futuros pasados y hechos históricos. La principal característica radica en la producción de sentido. Si bien, el arte de comprender la historia se presenta como significado de la aplicación de instrumentos de trabajo para forjar un criterio; en contraste con una excesiva crítica o sobre-interpretaciones. 

El texto se nutre a su vez del contexto independientemente del autor, al ser capaz éste de mostrar la historicidad. De ahí la necesidad de la aplicación de la hermenéutica en el proceso de pensamiento crítico. El autor es resultado de una historia personal, pero a la vez colectiva, al ser un sujeto social le configura su tiempo y espacio temporal en su acto de escritura. La propuesta de la historiografía crítica invita a problematizar la escritura de lo histórico vista como referencia de una realidad pasada que puede ser reabierto ante las posibilidades de significado y reinterpretación de las obras históricas mediante la actualización del contexto dado. 

Cabría enfatizar que la historiografía analiza las estructuras narrativas de la historia como texto comunicativo; es decir, ve la lógica de la investigación, analiza sus elementos y factores narrativos, en sus propios términos: tanto poéticos como retóricos.


Recepción e historia efectual


A partir del análisis de la recepción se puede conocer el lugar social del texto; es decir, la percepción del lector, el analista, investigador, lector, comunidad de lectores, en general, el público. El texto mantiene una historicidad que permite observar desde la trayectoria de la autoría, hasta la permanencia en distintos momentos de discusión, temporalidad, período, época, que ha tenido una revaloración o diversas percepciones. 

Como ejemplo, tenemos una obra considerada como clásica que pertenece a una época determinada, sin embargo, a lo largo del tiempo se han realizado estudios, revaloraciones, traducciones y se dan diversas percepciones dependiendo de ámbito donde se sitúe el análisis; si bien, la obra de Cervantes Don Quijote se conoce en todo el mundo y se tienen traducciones en todos los idiomas, cada país tendrá una percepción diversa y similar de la obra, estos rasgos comparativos ayudan a matizar un análisis de la tradición de la teoría literaria y de la historiografía, en la medida que se amplían los parámetros de estudio al contexto, a la comunidad, a las identidades y a la presencia de la obra dentro de la sociedad. 

Así la recepción mantiene su propia historicidad y permite la realización de análisis de las expectativas que se tenían con respecto a la comunidad que recaen los textos, así como, las relaciones que se tienen entre cada ámbito cultural, los intereses políticos o económicos, explicaciones, justificaciones, rechazos o censura, entre otros, son algunos de los rasgos que crean polémica desde la recepción. 

La historicidad del lector se muestra desde la tradición oral, escrita y de difusión. Finalmente, el lector es el constructor de la significación y el horizonte cultural es la audiencia, la comunidad o sociedad. En términos culturales la historia basada en la teoría de la recepción analiza los procesos de significación del otro –visto desde el texto- en el proceso de construcción del conocimiento histórico. Para analizar los resultados que arrojó la historia, no sólo permite los estudios de caso, sino también conocer el pensamiento, intelectualidad y formas sociales que desarrolla el planteamiento interpretativo. La comprensión de la obra se basa en múltiples factores de interés que va descubriendo el autor como la difusión y reestructuración del sentido. 

A partir de la posición de Hans-Georg Gadamer sobre la teoría del círculo hermenéutico el lector es el agente que vincula los prejuicios, prefiguracines y horizontes de expectativas del texto leído, esta relación entre el lector y el texto es dialéctico y es un dialogo que posibilita un amplio proceso de comprensión e interpretación, que a su vez se convierte en un nuevo horizonte de experiencia.[1] Para Gadamer la estructura de la experiencia deviene del análisis de la conciencia de la historia efectuar, la experiencia vista como tradición, cultura e inmerso dentro del círculo hermenéutico. Así los niveles del entendimiento se diferencian de acuerdo con el yo, tu, ellos que viven la experiencia como proceso dialéctico del texto. De esta forma, la recepción del texto adquiere sentido como agente social. Al persuadir e indagar al texto para adquiera una relación comunicativa. [2]

Con base en la teoría de los signos y significados de semiótica, la recepción recae en el acto de reconfigurar los actos y símbolos para conferirles un significado real o tácito, la habilidad de ello, permite construir las expectativas, las experiencias de vida y la realidad socio-cultural. En este sentido, advierte María Moog-Grönemald que hay que delimitar diferencias entre la recepción literaria y estética; también distingue que para llevar la recepción al plano de la interpretación y significación debe existir un proceso de comunicación:

“Para que la recepción se convierta en un diálogo, en una comunicación literaria, se requiere mucho más que la recepción y la conservación pasivas; se requiere una respuesta que, por su parte, evoca réplicas que producen consecuencias reales. Tales consecuencias pueden consistir, por una parte, en el cambio de horizonte del público, que impone una obra a base de sus divergencias del sistema antecedente de referencia de las expectativas extra e intraliterarias.”[3] 

En otras palabras, atribuye una relación entre la función social y el significado de la producción literaria, ya que la recepción recae tanto en los lectores, como en la crítica (lectores especializados) y en los que fueron la base para nuevos planteamientos e interpretaciones. Así la recepción es parte de la experiencia estética de una obra considerada no sólo artística, sino documental, testimonial. De ahí que se identifique con el horizonte de expectativas, porque a lo largo de la historia de la literatura hay una comunidad que se identifica con la misma producción y recepción, es su público.[4]

Cabe enfatiza la historicidad de la comunidad de lectores, ya que no sólo a partir de las aportaciones que la crítica literaria realiza se puede concluir la recepción. A partir de la historiografía que atrae la reconstrucción como principio; pero es más objetiva, ya que se habla de la realidad histórica, no de ficción, como lo que elabora la literatura. Sin embargo, coinciden en presentar al contexto como la recepción de la obra, donde se establece la comunidad de lectores, quienes participan dentro del proceso creativo que confiere la explicación, comentarios, aportaciones o simplemente la cita por autoría. Mijáil Batín, propone establecer el placer de la lectura y abordar al texto como un todo con posibilidad de múltiples significados, -desde las oraciones-, como al lector implícito y explícito. A la recepción la maneja a partir de:

El carácter único de lo natural (p. ej., de una huella digital) y el carácter irrepetible, significante y sígnico, del texto. Sólo es posible una reproducción mecánica de una huella digital (en cualquier cantidad de copias); por supuesto, también es posible una reproducción igualmente mecánica del texto (reimpresión), pero la reproducción del texto por un sujeto (regreso al texto, una lectura repetida, una nueva representación, la cita) es un acontecimiento nuevo e irrepetible en la vida del texto, es un nuevo eslabón en la cadena histórica de la comunicación discursiva.

Para Bajtín el texto tiene su propia historicidad y es reflejo de representaciones de la realidad, en diversos espacios y ambientes, pero que dan vida al texto. En la lectura se establece una comunicación tácita entre el autor, el texto y el lector, este último es el portador de la recepción y capaz de captar los procesos de significación. Por ello, la comunidad académica muestra sus manifestaciones a partir del sustento en diversos autores como es puesto en el dictamen de su autoría para ingresar a la crítica literaria y por ende a la ridiculización, éxito, fracaso, obra de arte o polémica, como en diversas manifestaciones se expresa el lector como agente social.




[1] Hegel dice: El movimiento dialéctico que realiza la conciencia consigo misma, tanto en su saber como en su objeto, en la medida en que para ella el nuevo objeto verdadero surge precisamente de ahí, es en realidad lo que llamamos experiencia. Apud, Hans-Georg Gadamer, “Análisis de la conciencia de la historia efectual”, en Verdad y método, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1993, pág. 12
[2] Cf. La posición de Gadamer con respecto a “la fusión de los horizontes del comprender, que media entre el texto y su intérprete.” ¿Cuándo convergen? En el significado de la misma interpretación; el lenguaje, los argumentos, el diálogo son sólo expresiones de la hermenéutica.
[3] Maria Moog-Grönewald, “Investigación de las influencias y de la recepción”, en Dietrich Rall (comp.), En busca del texto. Teoría de la recepción literaria, México, UNAM, 1993, pág. [4]
[4] Idem. Formas de la recepción productiva: pasiva de los lectores, reproductiva mediante la crítica,  productiva por los creadores de una nueva obra de arte.



[1] Lledó: “Por eso los tipos de lectores que describe Iser a propósito del lector implícito, son efectivamente lectores ideales, aunque Iser los quiera distinguir de otros tipos de lectores, el "archilector" de Rifaterre, el lector "informado" de Fish, etc. Pero esos distintos tipos de lector, por muy informados que puedan ser, son, por lo general, lectores pasivos, lectores teóricos. La lectura, sin embargo, es una praxis, una forma de realización y de vida, una forma de ser a la que se ha llegado. El lector autobiográfico, al que me refiero, es un lector real, un hombre concreto que no sólo se limita a gozar el placer del texto, sino que escribe y nos cuenta en otro texto su experiencia con él, o se habla a sí mismo, desde los condicionamientos de su personal historia, el etéreo diálogo de su propia interpretación.” Emilio Lledó, El silencio de la escritura, Madrid, Espasa Calpe Colección Austral, 1998 (c1991) “El textualismo”, pág. 146.
[2]Jauss (1921-1998) sostenía que "un texto" –ya sea un libro, la película, u otro trabajo creativo– no son simplemente y pasivamente aceptados por la audiencia, el lector/el espectador interpreta los significados del texto basado en su entorno cultural individual y experiencias de vida. En la esencia, el significado de un texto no es inherente dentro del texto sí mismo, pero es creado dentro de la relación entre el texto y el lector. Por lo tanto una aceptación básica del significado de un texto específico tiende a ocurrir cuando un grupo de lectores tiene un entorno cultural compartido e interpreta el texto de modos similares. Es probable que herencia menos compartida un lector tiene con el artista, menos ella será capaz de reconocer que los artistas tuvieron la intención de significar (pensar), y sustentaba que si dos lectores tienen experiencias infinitamente diferentes culturales y personales, su lectura de un texto variaría enormemente. En la relación texto-lector, distingue Jauss dos niveles de análisis en la experiencia del lector: por una parte, el horizonte de expectativa literario, y por otro el vínculo con las expectativas sociales.
[3] La historicidad del lector se muestra desde la tradición oral, escrita y de difusión.
[4] Las formas de la recepción son: productiva, pasiva de los lectores, reproductiva mediante la crítica,  productiva por los creadores de una nueva obra de arte. María Moog-Grönewald, “Investigación de las influencias y de la recepción”, en Dietrich Rall (comp.), En busca del texto. Teoría de la recepción literaria, México, UNAM, 1993, pp. 245-270.
[5] Chartier distingue: “… el objeto esencial de una historia cultural e inte­lectual redefinida como una historia de la construcción de la significa­ción, me parece residir en la tensión que articula la capacidad inventiva de los individuos singulares o de las "comunidades de interpreta­ción" (por tomar prestada la expresión de Stanley Fish) con los cons­treñimientos, normas, convenciones que limitan lo que les es posible pensar y enunciar. La constatación vale tanto para una historia de la producción de las obras, inscritas en sus condiciones de posibilidad, como para una historia de las prácticas de la recepción (por ejemplo la lectura), que son también unas producciones inventivas de sentido operadas a partir de determinaciones múltiples (sociales, religiosas, culturales, etc.) que definen, para cada comunidad de lectores (o de auditores), los gestos legítimos, las reglas de la comprensión y el espacio de lo que es pensable.” Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa, 1995, pp. 45-62.

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