La hermenéutica histórica
Martha Guerrero Mills
La historiografía es una rama del conocimiento que aborda los problemas de la lectura y la escritura de la historia, nos invita a reconsiderar al sujeto histórico dentro de los campos de la reflexión que manejan las ciencias humanas y sociales, para presentar el análisis de los discursos y los procesos de sentido y significado de los textos históricos; en ella se formulan categorías teórico-conceptuales para el análisis del sentido, la intencionalidad, el contexto y el lenguaje usado en la escritura de la historia.
En la historiografía se analizan las estructuras narrativas de la historia como texto comunicativo; es decir, examina sus elementos y factores narrativos, con la lógica de la investigación, tanto en sus términos poéticos como retóricos. La propuesta de la historiografía crítica invita a problematizar la escritura de lo histórico vista como referencia de una realidad pasada que puede ser reabierto ante las posibilidades de significado y reinterpretación de las obras históricas mediante la actualización del texto. Esto es, ver la historicidad del texto. En ese sentido, se observan dos vertientes: el texto como producción cultural y el contexto, como posibilidades en la historia, en una relación recíproca e intertextual.
La historiografía contemporánea toma en cuenta una concepción del tiempo diversa y materializada en aspectos relativos; discute sobre el tiempo pluridimensional, ambiguo, reversible, polivalente y atemporal del tiempo histórico narrado. Sin embargo, todas estas diferencias sobre la temporalidad acompañan a la idea clave para entender la discusión que es delimitar nuevos horizontes, enfoques o vías donde confluyan la temporalidad y la especialidad de los discursos narrativos.[1] Propone analizar la narración como a una obra de arte; porque la escritura de la historia es arte y ciencia al mismo tiempo. Si bien, partimos de la idea que cada obra e historiador es hijo de su tiempo; entonces, la historia escrita es un sistema de ideas y creencias que vive y reproduce en sus textos. Porque el movimiento discursivo del mismo va de la mano con el registro de los testimonios. La labor del historiógrafo como interprete será indagar en el manejo hermenéutico de la obra: abstraer el presente, mirar en retrospectiva, para construir el pasado; definir las autodesignaciones de los sujetos históricos; incluir la acción concreta, la mentalidad predominante en el público ¿a quién va dirigida la obra? y finalmente la historicidad del emisor y del receptor.
El manejo de los horizontes de experiencia y de expectativa, expuestos por Koselleck y reafirmados por Ricoeur, proponen observar la historicidad presentada, representada, reconfigurada y refigurada de los discursos historiográficos. [2] Aunque existen varias formas en las que podemos ver a los discursos históricos, podríamos conceptuar diversos horizontes, considerar ya no sólo al sujeto, sino a la forma, a la ideología, a los principios dominantes. El trabajo del historiador como interprete es la de delimitar la orientación y delimitación de ciertos universos del discurso, decodificar los mensajes y mostrar sus planos de expresión. [3]
Así, el análisis de los significados representa la función desde la enunciación; esto es: ¿por qué se dice? Confiriendo al interprete una capacidad deductiva y amplitud de pensamiento para discernir un conjunto de paradigmas como una estructura de posibilidades. De ahí la necesidad de establecer una estructura donde permita jerarquizar niveles de procedimiento; esto es, por los horizontes –temporalidad, especialidad, discursivos, de enunciación…- que condensan parámetros de significado . Así mismo, permite discernir su contexto -fuera del texto- y discursos entre líneas –dentro del texto-. De tal manera, que se pretende vincular los prejuicios, prefiguraciones y horizontes de expectativas dentro del texto. La labor interpretativa es definir los significados, valores y fines que dan impulso a la creación discursiva; esta relación entre el lector y el texto es un dialogo que posibilita un amplio proceso de comprensión e interpretación. [4]
La hermenéutica histórica nos posibilita ir en la búsqueda del uso de la intencionalidad de un discurso histórico, que es un discurso indirecto pero en otro contexto premeditado; donde la intencionalidad antepone reflexiones hipotéticas que interrogan la anatomía y taxonomía del texto (en los sentidos semánticos y de sintaxis) en la presuposición de los elementos que condicionan a la acción para entender el sentido de las narraciones. Asimismo, posibilita el acercamiento a la recepción, que es un elemento esencial de la configuración del relato narrativo, donde intervienen los proceso de significación de la obra producto de la interrelación entre el lector, el texto y el autor.
La tarea de la historiografía consiste en observar la narración de los acontecimientos históricos para discernir hechos que a menudo no son narrados por las fuentes. Una característica sustancial es analizar la recepción, la cual según Lledó: “La obra escrita que habla a un futuro lector existe como tal obra porque espera o busca respuesta. Si nadie escribe por escribir, todo escrito lo es para un lector. Por consiguiente, cualquier obra reclama en su misma estructura temporal al futuro lector o al intérprete para quien, en el fondo, se escribe.”[5] Partir de las siguientes indagaciones: ¿porqué el titulo, cuándo se escribió, en qué tiempo, quién y qué escribió, en qué estaba pensando, cuáles fueron sus motivos? son preguntas esenciales que hace todo lector al introducirse en el texto, esta actividad hermenéutica capaz de leer y rescribir sobre una o varias interpretaciones de la obra y del autor, del tiempo pasado, reclama dos partes de intencionalidad, ante esta posibilidad se puede proyectar una comunicación textual entre el autor y el lector.
La historiografía propone conocer lo que quiso decir el autor a través de su palabra escrita, este hecho refleja una variedad de posibilidades para la interpretación; aunque subjetiva es posible actualizarla, de manera que el texto posibilita nuevas experiencias intertextuales en la relación entre en autor, el lector y el texto. En esta relación cabría preguntarse ¿Para qué y para quiénes se escribe una historia? Así traspasar la discusión de la narratividad a partir de hechos constituidos como causa-efecto. Lograr la interpretación semántica del texto a partir de escuchar la voz del otro y reflejar su significado, coherencia y sentido al discurso histórico; como experiencia hermeneuta. Aludiendo a Foucault, leer es trabajar como arqueólogos de las palabras y los significados, penetrando los tiempos pasados y creados por una herencia cultural específica.[6]
En este sentido, el lector necesita un horizonte referencial para asimilar el texto como un espejo de sentido. La idea metafórica del espejo es por el reflejo dialéctico que condiciona el pensamiento y la expresión escrita, presentado a su vez como texto y contexto. El resultado es una posición intersubjetiva, debido a la misma interpretación prefigurada por los prejuicios presentes, futuros pasados y hechos históricos. La principal característica radica en la producción de sentido. Si bien, el arte de comprender la historia se presenta como significado de la aplicación de instrumentos de trabajo para forjar un criterio. El texto se nutre a su vez del contexto independientemente del autor, al ser capaz éste de mostrar la historicidad. El autor es resultado de una historia personal, pero a la vez colectiva, al ser un sujeto social le configura su tiempo y espacio temporal en su acto de escritura, lo cual da la posibilidad de la apropiación de múltiples explicaciones (de estilo, forma y contenido) para el análisis del texto y del contexto desde una visión historiográfica.[7]
Por ello, no hay que olvidar la temporalidad y especialidad, retomando al historicismo, debemos pensar en que cada texto y cada discurso está en función de la época que le tocó vivir al escritor. Es claro que, todo concepto varía y variará dependiendo de la historicidad del mismo texto. Así la realidad social adquiere otros matices con relación a la producción de sentido, esto es en observancia con el significado.
El trabajo historiográfico asume la separación del horizonte histórico narrado en la búsqueda de sentido entre la creación literaria y la recepción de la obra misma, por su audiencia; invita a conocer cómo se escribía en un pasado. La relación entre el autor, el texto y el lector conduce a indagar el manejo discursivo particular del texto; observar al texto bajo sus propios términos, con su lenguaje, y discernir entre los argumentos, la coherencia, los orígenes, la tendencia etc., y mostrar el mundo del lector y el mundo del autor. La distinción de estos dos mundos deviene de la propuesta de Paul Ricoeur, que retoman muchos autores, entre ellos Roger Chartier, Guglielmo Cavallo y Jacqueline Hamesse, quienes proponen analizar la creación de sentido como representación de la realidad en su horizonte cultural, en comunidad de la recepción del texto, esto es en la lectura.
La lectura es al tiempo un proceso de significación como de interpretación. Heidegger, Gadamer y Ricoeur han contribuido en el desarrollo de la interpretación como rama de la hermenéutica histórica que se apoya en la interpretación del lenguaje, a partir de la estructura de los textos y la intertextualidad que adquiere como relación comunicativa, cognicitiva y referencial. La aplicación de estas nociones teóricas sobre la relación entre la escritura puede determinar en el horizonte cultural que se retoma, dando significado preciso al entorno comunitario, permite cuestionar al texto no como un discurso cerrado y compuesto de una linealidad, sino con un propósito, que refleja por sí mismo un interés de llegar a una audiencia determinada: la recepción.
A partir del análisis de la recepción se puede conocer el lugar social del texto; es decir, la percepción del lector, el analista, investigador, lector, comunidad de lectores; en general, el público. El texto mantiene una historicidad que permite observar desde la trayectoria de la autoría, hasta la permanencia en distintos momentos de discusión, temporalidad, período, época, que ha tenido una revaloración o diversas percepciones. El texto depende del formato a quien se muestre, los géneros, la clasificación, los intereses y las editoriales tendrán una importancia relativa para delimitar el mundo del lector.
El lector es el agente que vincula los prejuicios, prefiguracines y horizontes de expectativas del texto leído. Esta relación entre el lector y el texto es dialéctico y es un dialogo que posibilita un amplio proceso de comprensión e interpretación, que a su vez se convierte en un nuevo horizonte de experiencia.[8] Para Gadamer la estructura de la experiencia deviene del análisis de la conciencia de la historia efectual, la experiencia vista como tradición, cultura e inmerso dentro del círculo hermenéutico. Así los niveles del entendimiento se diferencian de acuerdo con el yo, tu, ellos que viven la experiencia como proceso dialéctico del texto. De esta forma, la recepción del texto adquiere sentido como agente social. Al persuadir e indagar al texto para que adquiera una relación comunicativa.[9]
[1] Vid. Silvia Pappe (coord.), Debates recientes en la objetividad y del concepto de hecho, México, UAM-A/UIA.
[2] En este sentido Koselleck mencionaba que: “Así pues, permanencia, cambio y novedad se captan diacrónicamente, a lo largo de los significados y del uso del lenguaje de una y la misma palabra. La cuestión decisiva temporal de una posible historia conceptual según la permanencia, el cambio y la novedad, conduce a una articulación profunda de nuevos significados que se mantienen, se solapan o se pierden y que sólo pueden ser relevantes sociohistóricamente si previamente se ha realzado de forma aislada la historia del concepto. De este modo, la historia conceptual, en tanto que disciplina autónoma, suministra indicadores para la historia social al seguir su propio método.” Koselleck, Reinhardt, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993.
[3] “Ricoeur ha explicado la fenomenología de la temporalidad en tres parámetros: prefiguración, configuración y refiguración; que en síntesis, son transfiguraciones del tiempo en la realidad narrada. La temporalidad como una correspondencia anticipada para describir: tiempo vivido, universal, de cronología, del calendario y mítico.” Paul Ricoeur, Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido, México, Siglo XXI, 3a ed. 1999 (1a ed. en español, 1995 “Sólo la dialéctica del sentido y la referencia dice algo sobre la relación entre el lenguaje y la condición ontológica del ser en el mundo.” Prólogo.
[4] Hans-Georg Gadamer, Verdad y método, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1993 (1a ed. alemana 1960). “La historicidad de la comprensión como principio hermenéutico” (vol. I, pp. 331-377).
[5] Emilio Lledó, El silencio de la escritura, Madrid, Espasa Calpe Colección Austral,1998 (c1991) “La escritura”, pp. 69-95.
[6] Como introducción a la lectura de la semiótica es recomendable el análisis de Michel Foucault, Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 1968.
[7] Al hablar de una de-codificación y una de-construcción del texto significa a su vez observar el modo de producción de éste antes que su contenido y discurso.
[8] Hegel dice: El movimiento dialéctico que realiza la conciencia consigo misma, tanto en su saber como en su objeto, en la medida en que para ella el nuevo objeto verdadero surge precisamente de ahí, es en realidad lo que llamamos experiencia. Apud, Hans-Georg Gadamer, “Análisis de la conciencia de la historia efectual”, en Verdad y método, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1993, pág. 12
[9] Cf. La posición de Gadamer con respecto a “la fusión de los horizontes del comprender, que media entre el texto y su intérprete.” ¿Cuándo convergen? En el significado de la misma interpretación; en el lenguaje, en los argumentos, en el diálogo, éstas son sólo expresiones de la hermenéutica. Considero que los horizontes no convergen pero mantienen procesos de significación, de características peculiares dentro de su historicidad.
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