El pensamiento
económico establecido a principios de 1950 corresponde a un marco contextual
amplio que abarca desde los análisis teóricos pero a su vez forjados frente a
los acontecimientos que preceden a la turbulenta década. Académicos, políticos
y ensayistas que comentaron a la traducción del ensayo de Frank Tannenbaum, México: La lucha por la paz y por el pan,
corresponde una comunidad de interpretación nacionalista en defensa de los
intereses económicos y la autodeterminación del país para conformar sus propias
políticas económicas sin la intromisión de las presiones internacionales. Sin
embargo, como observaremos a raíz de las relaciones con el exterior se marcaron
los lineamientos y se designaron claramente las políticas económicas que se
estaban tomando. Es así que a partir de la confrontación con el otro se delimitan
los rasgos de identidad y auto-confirmación en los términos de defensa del
nacionalismo. Para definir cada una de estas ideas, es necesario abarcar el
marco contextual donde confluye cada una de las características del pensamiento
económico mexicano.
En 1933, la
Séptima Conferencia Internacional Americana tuvo lugar en Montevideo, ahí los
países iberoamericanos reafirmaron el principio de no intervención, protección
jurídica frente a los avances norteamericanos, que Estados Unidos aprobó con
reservas. En esos años, el ascenso del nazismo y del poderío industrial y
militar germano incrementó las relaciones con América Latina; ello determinó un
nuevo rumbo de la política exterior de Estados Unidos, iniciándose la política
denominada de ‘buena vecindad’, que generó un acercamiento hacia América Latina
y ayudó a restablecer las relaciones internacionales con los países del
continente. Una vez iniciada la guerra, fue reforzada por la política de
‘defensa hemisférica’ para consolidar una unidad contra el fascismo. Sin
embargo, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, aquella buena vecindad devino
en fortalecimiento de la dependencia latinoamericana a favor de Estados Unidos.
Este cambio de rumbo se plasmó en el Acta de Chapultepec (México, 1945),
también se decidió la creación del Consejo Interamericano Económico y Social
(CIES) dirigido al reordenamiento económico hegemónico en el área. Una vez
derrotado el poderío alemán, firmados los acuerdos de Yalta, la URSS emerge
como principal contendor de Estados Unidos. En 1947 en Río de Janeiro se
realizaría una Conferencia especial para el Mantenimiento de la Paz y Seguridad
del Continente que aprobó el Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca.
Estados Unidos, durante la guerra, mantuvo la idea de absorber los mercados de
materiales estratégicos ubicados en territorio americano, para controlar por
esta vía, la producción bélica y garantizar el suministro de insumos para su
producción nacional, y sobre todo, continuar con la doctrina Monroe: América
para los americanos.[1]
En la Novena
Conferencia Internacional Americana de Bogotá (1948) se determinó la emergencia
de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Los resultados de esta
Conferencia fueron, el Tratado Americano de Soluciones Pacíficas (Pacto de Bogotá),
la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre y un Convenio
Económico, que prometía igualdad de trato y el fin de las medidas económicas
coactivas entre los Estados, acciones que tendían a limitar el predominio
norteamericano aunque prontamente se manifestó el carácter estrictamente formal
de aquellas intenciones. Para establecer esta conexión entre la política del
hemisferio, Estados Unidos creó la Oficina Coordinadora de Asuntos
Interamericanos (OIAA), liderada por Nelson A. Rockefeller, quien se encargó de
establecer la cooperación económica y militar durante la Segunda Guerra
Mundial. La OIAA negoció la capacidad de empréstitos por la cantidad de 200 a
700 millones de dólares, que serían otorgados a través del Banco Internacional
de Reconstrucción y Desarrollo (BIRD o Banco Mundial), el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y el Banco de Exportaciones e Importaciones (EXINBANK)
instalados desde las Conferencias de Bretton Woods, en julio de 1944, con el
fin de estabilizar sus economías, desarrollar la explotación de sus recursos
naturales y organizar el comercio entre los países de América Latina.[2]
En México como
varios países latinoamericanos se opuso a la propuesta del libre comercio por
considerarla un estancamiento al proceso de desarrollo. Desde las Conferencias
de Chapultepec, el industrial José Domingo Lavín fue el abanderado de la
política económica nacionalista, ya que representaba los intereses de los
industriales manufactureros en su calidad de presidir a la CANACINTRA. Lavín
iba en contra del Plan Clayton y de la iniciativa de la Carta Económica de la
Américas. A partir de este momento, Domingo Lavín se volvió el líder de todos
los industriales nacionales en contra del liberalismo y de los trusts expansionistas bajo el argumento
del derecho de los países atrasados a poner barreras proteccionistas para
lograr su industrialización.[3] A su vez durante estas Conferencias se
verificó una alianza entre la CTM y la Confederación de Trabajadores de América
Latina (CTAL), encabezadas por Vicente Lombardo Toledano, en la perspectiva de
una alianza obrero-patronal en favor de la Revolución Industrial, generando un
programa con los siguientes lineamientos:
·
Por la revolución industrial de México.
· Por la adhesión a la Revolución Mexicana y por
el reconocimiento de la hegemonía de la burocracia política.
· Por la dirección, planeación y promoción estatal
del desarrollo económico en coordinación con la iniciativa privada.
·
En favor de la intervención directa del Estado
en algunos sectores de la actividad económica.
· Por una fuerte protección a la industria
nacional contra los productos importados y por la renuncia del Tratado
Comercial celebrado en Estados Unidos en 1942.
·
Por la restricción a las inversiones extranjeras
directas en la industria nacional.
·
Por la expansión del mercado interno.
·
Por el reconocimiento de la legitimidad del
movimiento obrero oficial, y
·
Por la legitimidad del reparto agrario.[4]
Es así, que en
abril de 1945 se firma el Pacto obrero- industrial, con el beneplácito del Presidente
del República, Vicente Lombardo Toledano y Domingo Lavín. La cual se propone
renovar el programa revolucionario y la
unidad nacional, sólo que “ahora con el pacto industriales y obreros unidos,
buscan pugnar juntos por el logro de la plena autonomía económica de la nación,
por el desarrollo económico del país y por la elevación de las condiciones
materiales y culturales en que viven las grandes masas de nuestro pueblo.”[5]
Vicente Lombardo
Toledano se convirtió en el portavoz de la política de industrialización
nacional, en otro momento, cuando realiza el comentario al libro de Sanford
Mosk sobre la Revolución Industrial en
México, agrega que: “El señor Mosk olvida o ignora que lo que él mismo
llama la ‘revolución industrial’ de México, no es un hecho aislado de nuestra
historia económica moderna, sino que constituye simplemente la nueva tarea concreta de la Revolución
mexicana.”[6] Al
igual que José Domingo Lavín abanderaron las iniciativas de industrialización
por medio de una propaganda ideológica que agrupara a todos los sectores de la
sociedad para la realización de la Revolución industrial.[7]
Todo ello porque Sanford Mosk veía limitantes en el desarrollo industrial
mexicano, si bien su perspectiva de análisis y las conclusiones son diversas
que Frank Tannenbaum, Mosk habla de la estrechez de los mercados internos,
recomendando que para evitar una catástrofe económica debía de programarse una
reducción de la inversión industrial “hasta que el resto de la economía se haya
desarrollado lo suficientemente para sostenerla.”[8]
En el fondo, las
relaciones entre los obreros, los empresarios y el Estado, fue mediada por un
nacionalismo que colocaba en el centro una identidad nacional, la idea de
industrialización y una de modernización. Mientras que el sector obrero
propugnada por la industrialización como un medio para mejorar la calidad de
vida y estabilizar los empleos, los empresarios veían ha la industrialización
como un fin, ser competitivos en los círculos de producción nacional e
internacional y de este modo obtener la mayor ganancia posible. Por su parte,
el Estado creía que con una política de promoción del sector empresarial,
otorgando ciertos beneficios a las clases obreras y campesinas, y mediante la
industrialización sustitutiva de importaciones el país, en su conjunto se
modernizaría. Por esto, los cruces que se verificaron entre los tres agentes
económico-políticos, ocurren desde la firma de pactos, la verificación de
convenciones, la expedición de leyes, la firma de convenios y alianzas, las relaciones
con el exterior y con Estados Unidos, entre otros horizontes donde se verifica
la lucha ideológica por el control político y las expectativas del Gobierno por
la industrialización, delimitaron de manera clara y otras veces confusa el
desarrollo histórico del país. En el ámbito estructural, se modificó el patrón
de acumulación que se enfocó hacia la sustitución de importaciones, porque se
creía que por medio de la industrialización se eliminaría la dependencia y
partiría como el motor del crecimiento económico.
5.1 La
recepción económica
Ante este
panorama nacional e internacional se abrió el debate con Frank Tannenbaum quien
criticaba las medidas tomadas por el Presidente Miguel Alemán Valdés, porque a
pesar de los logros desde 1940 México no se había convertido en una nación
industrializada ni desarrollada pero se mantenían por este camino. En efecto
había en el horizonte cultural de esta época una necesidad de retomar los
argumentos pasados, justificar y solventar las expectativas políticas, y cada
quien, con diversos propósitos logra encaminar la querella por diversas
vertientes como lo analizaremos a continuación.
El economista
político mexicano y catedrático de la Universidad Nacional Alonso Aguilar
Monteverde recalca su sobre la política arancelaria y el proteccionismo que en
México se establecía: “…en la necesidad de defender la industrialización en
contra de un imperialismo tan agresivo como el norteamericano.”[9] Su
visión nacionalista le hace recurrir a enfatizar que en México seguirá con una
propia planeación de su economía sin recurrir a los modelos de desarrollo de
los países industrializados como Inglaterra, “la política económica con la que
en México se ha empleado para estimular el desarrollo industrial, se han
logrado resultados cuya magnitud cuantitativa es en algunos casos importante,
con más razón sería de esperarse un mayor desenvolvimiento, superando los
defectos actuales… como lo comprueba el funcionamiento de ramas industriales
como textil, y las cifras de ingreso nacional, por el otro, en la medida en que
muestran que el esfuerzo de los mexicanos es cada vez más productivo.”[10]
Alonso Aguilar
Monteverde como portador del ideología del nacionalismo patriótico, piensa que
la condición necesaria para el progreso es una rápida capitalización una
urgente planeación para una mejor distribución de los ingresos: “O sea que la
mejor distribución de dicho ingreso, no sólo no es un fenómeno ajeno al proceso
de capitalización, sino en muchos casos, la condición indispensable para el
aumento del ingreso real de la gran masa del pueblo y para la intensificación
del desarrollo industrial… y cuyo desarrollo depende en última instancia del
ritmo de la división social del trabajo y de la rapidez y condiciones en que un
país entre al capitalismo.”[11]
Su posición como economista alude hacia la garantía de una distribución
equitativa en términos macroeconómicos pero difiere de Tannenbaum al conjuntar
la visión regional, lo descalifica porque a su parecer a lo largo de su estudio
hay excesivas afirmaciones y ambigüedades a partir de una ‘inexplicable
inactualidad’, en lo concreto frente a la teoría de virar al agrarismo como
propuesta general para el desarrollo económico de México, concluye: “No,
nosotros no creemos que la solución de los problemas económicos de México esté
en volver los ojos a Suiza y Dinamarca, en hacernos de una filosofía de ‘cosas
pequeñas’, o en poner en marcha programas que han resultado adecuados para el
Estado de Missouri, como Tannenbaum sugiere. Y si no aceptamos tales caminos,
no es porque no convengamos en que México debe enriquecer sus comunidades
locales.”[12]
Por su parte, el
economista Gilberto Loyo (1901-1973) quien perfilaba como Secretario de
Economía enfatizó que en este momento histórico en México se libra una batalla
por la independencia económica, por lo tanto, en contraposición a la teoría de
Tannenbaum, conforma una filosofía de las
cosas proporcionadas como un proyecto proselitista y en la cual, cae en la
retórica porque alude en primera persona a sus aspiraciones políticas:
Se perfila cada vez con
mayor claridad la necesidad de consolidar
el progreso alcanzado y corregir la distribución del ingreso para fortalecer
las bases de ese desarrollo. No la filosofía de las cosas grandes ni la
filosofía de las cosas pequeñas. Quiero para México la filosofía de las cosas
proporcionadas, la filosofía de la base sólida, la filosofía de no realizar el
progreso económico a costa de la justicia social, la filosofía de no acelerar
para tener que detener después… No nos interesa la filosofía de las cosas
pequeñas como consejo de política económica, porque las dimensiones, ni grandes
ni pequeñas, sino proporcionadas, están dadas por las características
geofísicas, demográficas y económicas del país, pero también en las resultantes
de una planeación, que poco a poco se irá perfeccionando, con el influjo sobre
un aprovechamiento cada día más adecuado de los recursos materiales y humanos
del país.[13]
Solo hace
referencia al autor en el título de su ensayo. Por lo que intuimos que la
retórica aludida tiene una finalidad práctica conseguir la persuasión o el
cambio de pensar en los lectores. En este sentido, la retórica tiene una
importancia histórica de justificar, con el don de palabra y de la diversidad
de técnicas del discurso, la acción política, para legitimar una forma de
gobernar desde su visión nacionalista.
La retórica
significa para el teórico Paul Ricoeur, la disciplina del uso discursivo del
lenguaje, el historiador muestra los rasgos distintivos para el uso de este
lenguaje y subraya que la retórica trata: “de hacer prevalecer un juicio sobre
otro... El segundo criterio del arte de la retórica consiste en el papel que
desempeña la argumentación, es decir, un modo de razonamiento situado a medio
camino entre la coacción de lo necesario y lo arbitrario de lo contingente. El
objetivo de la argumentación sigue siendo la persuasión. En este sentido, la
retórica puede ser definida como la técnica del discurso persuasivo, [a su vez]
la retórica es en un tiempo ilocucionaria y perlocucionaria.”[14]
Es así que podemos afirmar la importancia de un discurso ideológico porque por
medio de la retórica el comentarista transmitió un conjunto de símbolos,
creencias y representaciones, para transmutar las ideas del autor por otras
admitidas, garantizadas por la identidad, cultura y valores de nacionales con
la finalidad de persuadir al lector en su trayectoria política.
En el caso del
politólogo y diputado Eduardo Facha Gutiérrez refiere sus reflexiones hacia los
asuntos económicos: “nos fijamos en su examen de las posibilidades de
desarrollo y aprovechamiento de los recursos económicos de México en relación
con el fuerte crecimiento de su población.”[15]
Sin embargo, descalifica los planteamientos de Tannenbaum porque: “El
maltusianismo es un veneno dotado de gran selectividad para la mentalidad
anglosajona. Si Tannenbaum ve perspectivas sombrías para el futuro de México
por la desproporción entre el crecimiento de la población y el desarrollo de
las posibilidades económicas, es cosa muy semejante a la que sociólogos y
economistas anglosajones tienen como profecía y como dogma científico respecto
a cada uno de sus propios pueblos y del mundo en general.”[16]
Sin recalcar el problema de alimentación, avanza sus comentarios hacia los
problemas macroeconómicos.
Con relación a
la política económica Eduardo Facha Gutiérrez difiere de la tesis de Tannenbaum
de tomar la vía del agrarismo porque: “la industrialización de México era y es
una tarea que debe emprenderse y continuarse.”[17]
No obstante coincide con relación a la política fiscal proteccionista, que es
un arma de dos filos, pero la defensa recae en que: “debe de protegerse al
industrial mexicano cuando se trate de industrias incipientes y que por
encontrarse en un período inicial necesita el aliciente y la facilidad de una
protección arancelaria, pero esto no debe erigirse nunca en sistema, ya que el
público consumidor es el que, en última instancia, paga más caros los artículos
que, viniendo del extranjero, podría tener a más módico precio.”[18]
En este sentido justificará las iniciativas aprobadas de la Cámara de Diputados
hacia las leyes vigentes al respecto de las industrias nuevas y necesarias, y
la ley de de fomento a la Industrias de transformación, las cuales
proporcionaban las exenciones de impuestos y fijaba las tasas arancelarias
preferenciales.
Cabe aclarar que existía una protección notable
de la base industrial, donde los aranceles subieron en 1941 y 1944 al
introducirse la licencia de importación. Con esto, las empresas manufactureras
más grandes del país tomaron ventaja a través de esta Ley mediante el
financiamiento que les otorgó NAFINSA y por la estructura de mercado a su
favor. Con la Ley de industrias nuevas y necesarias que se publicó en 1939
otorgaba una exención de impuestos de 5 a 10 años a las industrias de nueva
creación y a las existentes que se consideraban estratégicas para el desarrollo
industrial, para 1941 y en 1945, se reforzó con la Ley de Industrias de
Transformación en la que agregaron cláusulas para empresas más favorecidas y la
del impuesto de superprovecho. Al respecto tenemos que mencionar que estas
leyes contribuyeron de manera decisiva a la conformación de la nueva burguesía
nacional que se encontraba agrupada en las Cámaras industriales. Lo cual
manifiesta el interés por parte de Ávila Camacho y luego, sobre todo, Miguel
Alemán para fortalecer el control político y económico sobre la industria
nacional. Esto por dos cosas: por una parte, favorecer la industrialización del
país y la capitalización de la iniciativa privada industrial y por la otra,
avanzar y consolidar una estructura política presidencialista de intervención
estatal, para favorecer a los grupos económico-políticos que los llevaron al
frente del poder Ejecutivo.[19]
En este sentido los favorecidos fueron los medianos y pequeños
industriales agrupados en la CANACINTRA, la Cámara Nacional de Industria de la
Transformación formada en 1941. Este grupo se fortaleció con la política
económica e industrial durante la Segunda Guerra Mundial por la sustitución de
importaciones y arraigo al gobierno. Los principios políticos que la CANACINTRA
delineó desde su fundación fueron, básicamente, mantener una buena relación
obrero patronal, por lo que promueven un gran pacto de no disputa durante la
guerra mundial. A los fundadores de la CANACINTRA se
les ha denominado el Nuevo Grupo o Grupo de los Cuarenta; los cuales, Mosk
planteó las siguientes características
de los empresarios agrupados en CANACINTRA distinguidos por:
- Por el tamaño de sus empresas, que eran mucho más pequeñas que las de propiedad de los grupos empresariales viejos y extranjeros.
- Que estos nuevos manufactureros no tenían vínculos directos o indirectos con los bancos privados. El financiamiento y el acceso al crédito lo obtuvieron por medio de la intervención estatal.
- Adoptaron una política Keynesiana con relación a los sindicatos y salarios, ya que los salarios altos significaban un mercado en expansión.
- Mantenían una creencia para conjuntar el trabajo del gobierno y de los industriales con el fin de llevar a cabo un programa de industrialización.
- Creían que el mercado interno debía ser cubierto por el capital nacional y no por el extranjero.[20]
Este Nuevo Grupo fue el beneficiado de los
subsidios y de la protección de las políticas de industrialización del Estado, ya
que el nuevo mercado nacional que el Estado constituyó sirvió de base para las
grandes inversiones públicas en infraestructura, industria y agricultura. A la
par, apoyaron con entusiasmo la política de industrialización tanto del
gobierno de Ávila Camacho como el de Miguel Alemán, con la creencia de que si
se consolidaba el sector secundario-industrial, se podría diversificar y
ampliar la producción, estabilizar la economía, combatir el desempleo e
independizar dependencia económica del país, obviamente con sus intereses de
por medio. Por ello, se constituyó la Comisión de Planeación Industrial, cuyas
funciones eran las de generar estudios monográficos, cuadros de bienes básicos
y analizar los sectores susceptibles de estímulo estatal.
Para retomar el
debate, desde el ámbito académico Manuel Germán Parra (1914-1986), economista
egresado de la Escuela Nacional de Economía y Doctorado en la Facultad de
Filosofía y Letras, asesor de la Presidencia desde Lázaro Cárdenas hasta Luis
Echeverría. Entre 1946 y 1948 fue subsecretario de la Economía Nacional. Resume
acertadamente la discusión establecida con Tannenbaum:
La tesis consiste en afirmar
que nuestro país no puede ni debe ser una nación industrial. No puede, porque
no se lo permite su estructura económica, que corresponde a la de un país
predominantemente agrícola, como lo demuestran las características siguientes:
primera, la gran mayoría de la población trabaja en la agricultura; segunda, la
pobreza de los habitantes impide, a la
mayor parte de ellos, consumir los artículos industriales; tercera,
somos una nación principalmente exportadora de materias primas e importadora de
productos manufacturados; cuarta, nuestra industria es un monopolio artificial,
establecido al abrigo de una protección arancelaria excesiva, que produce
artículos caros y de mala calidad, para enriquecer a una minoría compuesta por
los patrones y los obreros de las fábricas, a costa del resto de la población,
especialmente de la rural; y quinta, la industrialización está haciendo crecer
la población a un ritmo muy rápido, la está concentrando en áreas urbanas y la
está haciendo aumentar en mayor proporción que el incremento de la producción
agrícola indispensable para alimentarla. Pero, aunque México pudiera llegar a
ser un país industrial, jamás debería serlo, porque perdería lo más valioso que
tiene y lo que constituye su verdadera naturaleza: la pequeña comunidad
campesina.[21]
Manuel Germán
Parra establece que en México si se puede llegar a industrializar porque además
de ser para él la única vía para lograr el desarrollo económico y cultural, es
el único camino histórico conocido, por ello se dio a la tarea de realizar un
estudio comparativo para: “Vamos a probarle que Estados Unidos de América era
una de las naciones más agrícolas del mundo y que pudo convertirse, sin
embargo, en uno de los pueblos más industriales de la tierra; que su estructura
económica tenía, hace más de un siglo, las mismas características que hoy tiene
la de México.”[22] Si bien
el 65% de la población era agrícola y contaba con 0.95 dólares de ingreso
diarios, quería decir que además de ser un país pobre estaba ruralizado, sin
embargo, teóricamente destaca que: “es una ley del desarrollo económico, cuando
menos en la etapa de transformación de un sistema precapitalista en
capitalista, que en la misma medida en que el progreso de una nación va
aumentando, va disminuyendo la proporción de la población económicamente activa
dedicada a la agricultura.”[23]
Si en Estados Unidos se verificó históricamente este proceso de industrialización,
entonces se pregunta Germán Parra, porque en México no podría ser igual: “La
industrialización de México no es, entonces, el producto de una política
económica equivocada, como afirma Tannenbaum, sino el resultado de un largo
proceso.”[24]
Manuel Germán
Parra, al igual que varios pensadores económicos dogmáticos nacionalistas, está
consciente que la protección arancelaria es un factor determinante para la
defensa de ciertos industriales frente a la competencia extranjera, y
ciertamente en México se daba a partir de que las mismas proporcionaban un
sitio estratégico para la estabilidad nacional, por ello afirma: “La tarifa
debe calcularse tan alta como para que la competencia extranjera no arruine al
fabricante nativo; pero tan baja, al mismo tiempo, como para obligarle,
especialmente si falta o es débil la competencia interna, a mejorar de un modo
constante la calidad y los precios de su producto.”[25]
Concluye en una generalidad aceptada por todos con relación a las tarifas
aduanales en la defensa del proteccionismo: “no se puede juzgar la eficiencia
de la industria de un país a través de su tarifa aduanal, con la norma de que
mientras más alto es el arancel que grava las importaciones, más pequeña,
anticuada, ineficaz y costosa es la industria, porque si aplicáramos esa regla
a los EU, llegaríamos de un golpe a la conclusión absurda de que la actividad
manufacturera norteamericana es una de las peores que existen en el mundo,
porque es una de las que más gozan de mayor protección arancelaria.”[26]
En síntesis, el pensamiento económico en
la década de 1940 se perfiló a partir de un horizonte cultural que estaba
inmerso que defendía el nacionalismo económico frente a las disputas por la
hegemonía internacional. El apotegma en que se basa dicho pensamiento se
refiere a que la industria era igual a crecimiento y ello como resultado daba
progreso. En virtud de esto, los discursos políticos y económicos con los
gobiernos de Ávila Camacho y Miguel Alemán empujan la vía de la
industrialización a toda costa como principio revolucionario. Para 1952 cuando
se redactan las críticas hacia la edición y traducción de la obra de Frank
Tannenbaum los comentaristas inmersos en esta línea y concretan una posición
adversa.
Sobre el
nacionalismo mexicano se tienen diferentes posturas porque va cambiando
conforme a la historicidad en cada uno de los discursos hegemónicos del Estado
posrevolucionario. De hecho constituyeron una realidad social, específicamente
una producción de identidad a través del filtro de las representaciones y los
significados para cada espacio procedente que dio cohesión para conformar un
nacionalismo oficial. Observaremos en específico cómo se dio a la luz de la
comunidad de interpretación desde el punto de vista económico. Las
apreciaciones de los historiadores norteamericanos que remarcan esta
problemática del nacionalismo mexicano se basan en la noción de ‘identidad
nacional’ no sólo tienen una postura desde afuera con la alteridad que tiene
que ver con la experiencia de lo extraño, de otro grupo humano, sino también
conducen a mostrar las categorías descriptivamente sin un compromiso ideológico
tácito para legitimar una tendencia específica. Es por ello, que muchas de las
veces la recepción se mantiene ajena y descalifica que un extranjero opine sobre
su identidad y caracterice la esencia de ser, el nacionalismo y sus
manifestaciones.[27]
Conforme a la
categoría usadas por Alan Knight sobre el nacionalismo económico en México
durante la posrevolución se puede agregar que: “implicaba un rechazo –que van desde
el rango calificativo al extremo– de los extranjeros, especialmente americanos,
el comercio y la inversión, sino que se basa en la creencia de que México debe
abandonar o modificar su anterior política de crecimiento impulsado por las
exportaciones (desarrollo hacia afuera), que otorga una alta prioridad a las
exportaciones y las inversiones extranjeras, en vez de que debiera esforzarse más
por una autárquica, basado nacionalmente –en la mayoría de las versiones– en un
modelo de desarrollo industrial (desarrollo hacia adentro).”[28]
En términos generales se abogaba por esteriotipo como: “México para los
mexicanos” que en la practica su traducían con aranceles más elevados,
controles de cambio, incentivos para la industria nacional y una regulación del
mercado financiero.
Los discursos
nacionalistas tienden a dar cohesión social y a conformar lealtades que están
por encima de todo “pretende exceptuar
toda lealtad individual que no sea la que la nación se debe.”[29]
Las manifestaciones más evidentes se localizan en los espectáculos, en la
glorificación de la raza y en las exaltaciones patrióticas. Sin embargo, dentro
de los discursos se diluye en las argumentaciones. Asimismo, podemos catalogar
y mostrar manifestaciones nacionalistas destructivas y que polarizan la
antipatía de todo el pueblo hacia los extranjeros e incitan el chovinismo: “Una
de las fuerzas que facilitan la cohesión dentro del marco del grupo es la
xenofobia, o sea el temor, el odio sentidos en común hacia los extraños al
grupo.”[30]
Este nacionalismo negativo rechaza toda crítica respecto de México. Los logros
de la Revolución en materia social, económica, educativa y política se entiende
como un acto nacionalista. El esteriotipo de la academia norteamericana
coincide con los planteamientos de los escritores mexicanos y conviene
enfatizar las posturas de cada una de las partes para observar que el Estado
mexicano, desde la Constitución de 1917, incorporó las ideas de proyectar un
Estado fuerte e intervencionista, que estableciera un control sobre el
territorio y recursos naturales, y que defendiera la soberanía sobre los grupos
sociales e inversiones extranjeras.[31]
Tannenbaum
define a la doctrina pública exterior norteamericana como amartillada sobre el
yunque mexicano. Mientras que la política exterior estadounidense es
intervencionista tanto en México como proyectada hacia toda América Latina; así
define la política del buen vecino y a través del New Deal confinar a
los Estados Americanos a seguirla y finalmente lo aclara de esta forma:
La doctrina del buen vecino congenia con el espíritu
norteamericano, y con ella la esperanza de que puede extenderse al mundo
entero… La política del buen vecino a la que tanto ha contribuido nuestra
experiencia con México fue moral y espiritual, y no sólo política y económica.
Afirmaba el viejo ideal de la dignidad humana y de la igualdad del Estado.
Trataba de resolver el conflicto persistente entre grandes y pequeños poderes,
aceptando un universo múltiple, cuyos miembros fueran de una misma categoría
jurídica, en posesión de iguales privilegios y análogas responsabilidades.[32]
Tannenbaum
expone un panorama histórico episódico, al narrar el período de Conquista y el
resultado, da un salto diametral hacia
el período de Independencia, la cual caracteriza como: “una reafirmación del
nativo contra el extranjero.”[33]
Es así que para Tannenbaum la historia de México se define como una lucha por
la libertad, contra lo foráneo. En cuanto a su significado descansa un origen
trágico de constantes rebeliones frente a lo ajeno. Los personajes que dan
cohesión a esta lucha incansable contra lo extranjero son Morelos, Hidalgo,
Iturbide. A la par de Antonio López de Santa Anna (1794-1876), Benito Juárez
(1806-72) y Porfirio Díaz (1830-1915) quienes simbolizan los años trágicos y amargos
de la historia mexicana. Son sus líderes los representantes del imaginario
colectivo donde descansa la heroicidad del pueblo mexicano, siempre frente a lo
ajeno, a lo extraño, al invasor, a lo diferente, Por ello concluye que: “el
miedo basado en anteriores humillaciones, la ingrata memoria de una guerra
perdida y el despojo de la mitad del territorio fueron, en México, una fuerte
realidad política; justamente porque la Revolución fue desencadenada por el
impulso creador encaminado a lograr la libertad y el bienestar de las masas, la
amenaza implícita del poderío norteamericano arrastró a México hacia la
desconfianza.[34]
[1] La
Resolución VIII, conocida como “Ley de Chapultepec”, declaraba que “la
seguridad y solidaridad del Continente se efectúan lo mismo cuando se produce
un acto de agresión contra cualquiera de las naciones americanas por parte de
un Estado no Americano, como cuando el acto de agresión proviene de un Estado
contra otro u otros Estados Americanos...” Alonso Aguilar Monteverde, El Panamericanismo, México, Cuadernos
Americanos, 1965, pág. 108 s.s.
[2]
Martha Rivero, “La política económica durante la guerra” en: Entre la Guerra y la estabilidad política.
El México de los 40, Rafael Loyola (coord.), México, Grijalbo, CNCA, 1990.
[3]
“se ha llamado con mucho acierto la Revolución Industrial, que aproveche
nuestras amargas experiencias y que se funde en nuestro patriotismo, el siglo
de atraso con que vivimos puede ser rápidamente recuperado para elevar el nivel
de vida nacional a aquellas comodidades y ventajas que la ciencia y la técnica
pueden proporcionar en nuestra época.” José Domingo Lavín, La industrialización de México. Relaciones obrero-patronales,
México, Ateneo Nacional de Ciencias y Artes de México, 1945, pág. 35. Cf. Idem, Plan inmediato de
industrialización en México, México, Imp. Monterrubio, 1945, 18 p.
[4]
Elsa M. Gracida, El programa industrial
de la Revolución, Facultad de Economía, Instituto de Investigaciones
Económicas, UNAM, 1994, 59-82.
[5] Ver. Excélsior,
08 de abril de 1945.
[6]
Vicente Lombardo Toledano, “Anotaciones al libro de Sanford A. Mosk: a
Revolución industrial en México” en: Problemas
Agrícolas e Industriales de México, no. 2, vol. 3, abril-jun de 1951, pág.,
289.
[7]
José Domingo Lavin, “Notas sobre los capítulo II y II del libro ‘La Revolución
industrial en México” en: Problemas Agrícolas e Industriales de México,
no. 2, vol. 3, abril-jun de 1951, pp., 239-241.
[8]
Sanford Mosk, “La Revolución Industrial en México”, en: Problemas agrícolas e industriales de México, núm. 2, vol. 3,
México, 1951.
[9] Alonso
Aguilar Monteverde, “El México de Tannenbaum” en: PIAM, Op.cit., pág. 178.
[10] Idem., pág. 181.
[11] Idem., pág. 182.
[12] Idem., pág. 182.
[13]
Gilberto Loyo, “Anotaciones al libro México:
la lucha por la paz y por el pan de Tannenbaum” en: PIAM, Op. cit., pág. 202.
[14] Paul
Ricoeur, Horizontes del relato,
Cuaderno Gris, 2, UAM, México, 1997.
[15]
Eduardo Facha Gutiérrez, “Notas al libro de Frank Tannenbaum México: La lucha por la paz y por el pan” en: PIAM, Op.cit., pág 224.
[16] Idem., pág., 224.
[17] Idem., pág. 225.
[18] Idem., pág. 125.
[19]
Iniciativa de Ley de Fomento de Industrias de Transformación”, Diario de los Debates de la H. Cámara de
Diputados, Año 3, Tomo1, Núm. 22, Viernes 14 de diciembre de 1945.
pág. 3. En la cual se discrimina más exactamente las
industrias nuevas y necesarias; toma en consideración el concepto de industrias
básicas o fundamentales, distinguiéndolas de las que no lo son y otorga mayores
plazos que los fijados.
[20]
Sanford Mosk, “La Revolución Industrial en México”, en: Problemas agrícolas e industriales de México, Núm. 2 Vol. 3,
México, 1951.
[21]
Manuel Germán Parra, “México: La lucha por la independencia económica” en: PIAM, Op.cit., pág., 231.
[26] Idem., pp. 259-260.
[27] El problema de la identidad no se
manifiesta como tal mientras no aparece una diferencia entre la propia cultura
y las otras; porque, como señalan varios críticos, la afirmación de la
identidad es, más que todo, una autodefensa, una forma de protección frente al
posible despojo de lo que se considera privativo y específico. Vid. Fernando
Aínsa, Identidad cultural de Iberoamérica
en su narrativa, Gredos, Madrid, 1986, Introducción.
[28] Alan Knight, U.S.- Mexican Relations, 1910-1940, an interpretation, Center for
U.S.-Mexican Studies, University of California, San Diego, 1987, capítulo 2,
Economic nationalism and Xenophobia, pág. 54.
[29] Turner, Op.cit, pág. 26.
[30] Idem., pág., 230.
[31] Frederick C. Turner, The Dynamic of Mexican Nationalism, The University of North Carolina Press, Chapel
Hill, 1968.
[32]
Tannenbaum, La lucha… op. cit., pág.
154
[33] Idem., pág. 28.
[34]
Tannenbaum, La lucha… op. cit., pág.
135
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